Os presentamos a continuación el caso de Marta, un ejemplo de ansiedad con ataque de pánico que tuvo una correcta resolución, aunque no como Marta esperaba…

Marta tenía 21 años cuando decidió abandonar sus estudios universitarios de arquitectura. Después de tres años había aprobado sólo un par de asignaturas, mientras que sus amigas habían avanzado a cursos superiores y estaban muy implicadas en sus tareas. Tras dejar la universidad empezó un curso de diseño de interiores, a su entender podía dedicarse a algo relacionado con la arquitectura sin tener que pasar por esas horas interminables de estudio y trabajos.

El curso le exigía poco tiempo, así que Marta se dedicaba casi en exclusiva a salir con sus amigas, ligar y beber alcohol casi a diario, su única preocupación era dónde ir y qué ponerse. Lo cierto es que no pensaba demasiado en ello… cumplía con las pocas tareas que tenía y el resto del tiempo se divertía tanto como podía.

El punto de inflexión en la vida de Marta llegó un domingo por la noche, llevaba tres días saliendo sin parar y apenas podía moverse del sofá. El agotamiento se mezclaba con el extraño sentimiento de culpa que le sobrevenía en ocasiones que ella achacaba, erróneamente, a la resaca. Todo comenzó con un latido extraño que llevó a Marta a centrarse en su ritmo cardiaco, ¿no era demasiado lento? ¿qué había sido eso? Entonces Marta empezó a divagar, ¿estaría bebiendo demasiado? ¿le habría afectado al corazón de alguna forma? En ese momento el nerviosismo de Marta subió rápida e incontroladamente, algo iba mal, estaba segura. Empezó a caminar por la casa, su corazón se estaba parando y tenía que hacer algo para evitarlo, ¿cómo era posible? La angustia subía más y más, empezó a sudar y a tener mareos ¿acaso estaba perdiendo la conciencia? Marta corrió al teléfono y llamó a emergencias, alguien tenía que salvarla.

Tras unas horas en el hospital y habiéndole administrado ansiolíticos, Marta volvió a casa con una extraña sensación entre vergüenza, extrañeza y agotamiento, ¿qué había pasado? En el hospital le dijeron que se había tratado sólo de una crisis de pánico, aunque ella ni sabía lo que era ni tenía intención de averiguarlo, había “petado de tanta fiesta”. Al día siguiente se lo contó divertida a las amigas casi alardeando de lo que había pasado, era la “fiestera mayor del reino”.

Lo que Marta no esperaba es que dos semanas después, esta vez mientras veía una película en casa, volvió a ocurrir, esa extraña sensación en el corazón y un pánico abrumador que le hacía pensar que su vida se terminaba. Corrió por la casa sin saber bien qué hacer, no iba a volver a urgencias porque le daba demasiada vergüenza, así que buscó rápidamente en la caja de medicamentos algo que pudiese calmarla, al fin y al cabo es lo que hicieron en el hospital. Su calvario empezó cuando las crisis empezaron a repetirse cada vez con más frecuencia, a cualquier hora y en cualquier parte. La noche le aterraba particularmente, necesitaba gente alrededor que pudiese vigilarla “por si le pasaba algo”. Llegó un momento en el que ir a dormir era para ella un suplicio… sabía bien lo que venía después.

Con el tiempo y después de investigar un poco por su cuenta Marta descubrió lo que era el trastorno de pánico, que difícilmente su salud corría un peligro real, aunque la situación no mejoró. El miedo de Marta a estar sufriendo un accidente cardiaco se convirtió en la creencia de que toda aquella experiencia la había vuelto loca, que no sería capaz de superarlo y que a partir de ese momento toda su vida iba a girar en torno a esos momentos de terror que le sobrevenían en el momento más inesperado.

Pasó un año más hasta que Marta decidió pedir ayuda, no porque antes no sintiese que la necesitaba, sino porque no podía creer que su problema pudiese resolverse visitando a un psicólogo.

Marta no era mala chica, era responsable y tenía aspiraciones, sencillamente estaba perdida. Había pasado muchos años dando pasos sin pararse a pensar: estudios que no le gustaban, parejas que no eran para ella, amistades que no sabían entenderla, aunque sorprendentemente nunca había reflexionado sobre ello. Claramente a disgusto con casi todo lo que le rodeaba, no tenía intereses, aficiones o motivos que la llevaran a luchar por nada, Marta era completamente amente.

Las crisis de pánico ocurren cuando acumulamos afecto no simbolizado, es decir, cuando no ponemos en palabras tensiones internas que presionan hasta finalmente estallar en un momento determinado. Los motivos de Marta le eran inaccesibles en principio, y no sin razón: tendría que darse cuenta que había elegido su carrera “porque sí”, sólo porque su mejor amiga la había elegido. Que sus parejas, todas claramente diferentes a ella, no eran sino una consecuencia de sus propios miedos, y que sus amigos lo eran sólo para la fiesta. Asumir todo esto a la vez era demasiado doloroso, su conciencia no podía tolerarlo, así que Marta se limitó a pasarlo bien pensando lo menos posible.

Con su análisis Marta volvió a la Universidad, pero no a la de arquitectura, sino a la de veterinaria. Siempre le habían encantado los animales (aunque curiosamente su amiga arquitecta pensara que era “un poco asqueroso estar todo el día tocando bichos enfermos”). Volvió a sus clases de pádel por las tardes y ahora los fines de semana ocupa su tiempo en otras cosas; no ha dejado de salir con las amigas, pero no es lo único que hace. Las crisis de pánico desaparecieron hace tiempo, y aunque ha tenido algún amago posterior lo ha controlado sin mucha dificultad. Pero sobre todo ahora Marta lleva una vida más plena, más consciente, se conoce mejor y toma sus propias decisiones, es “más ella”.

¿Quieres saber más sobre la crisis de pánico? Puedes leer sobre ello aquí.

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Gregorio Serrano
Psicólogo Especialista en Psicoterapia Psicoanalítica
Psicólogo en Sevilla

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